Si bien es cierto que Joaquín Rodrigo es mundialmente conocido por su Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta, no lo es menos el hecho de que tenga otras muchísimas obras de tanta calidad o más.

Joaquín Rodrigo tocaba el piano. Podría decirse que era un virtuoso de este instrumento para el que escribió, además de su Concierto con orquesta, varias obras como el Preludio al Gallo MañaneroSonada de Adiós, en homenaje a su maestro Paul Dukas o sobre todo, para mí, las Sonatas de Castilla con Toccata a modo de pregón. Igualmente en la música vocal hay auténticas joyas como el Cántico de la esposa, obra que según el propio autor era la mejor, sus Villancicos, los Cuatro Madrigales amatorios y así hasta un catálogo de más de 70 obras. Pero yo quisiera hablar un poco de su obra violinística. El violín era un instrumento que él quería muy especialmente y que tocó al inicio de sus estudios musicales. Solía decirme en broma que había llegado a tocar la Sonata Kreutzer de Beethoven.

Su primera obra catalogada fue precisamente par violín y piano, Dos esbozos, con subtítulos “La enamorada junto al pequeño surtidor” y “Pequeña Ronda”. En esta pequeña obra se adivina ya lo que va a definir a Joaquín Rodrigo más tarde: su exquisito sentido de la melodía y ese humor chispeante, brillante, que encontraremos en su Sonata pimpante para violín y piano. Más tarde escribió una pequeña joya en miniatura: su Cançoneta para violín y orquesta de cuerda. Una melodía o solo de violín que no consta de más de 6 o 7 notas que son arropadas con una parte de la orquesta que pone en valor y ambienta ese solo de violín. Una pequeña ‘gran’ obra de 4 minutos: genial.

Hay otra obra, Rumaniana, que escribió para su examen del Real Conservatorio de Madrid con un tema de “Hora” que le proporcionó su esposa Vicky. Lleva el sello ‘Joaquín Rodrigo’ pero es verdaderamente una obra de circunstancia. El  “Capriccio” para violín solo, escrito en homenaje a Sarasate, es de una gran dificultad violínistica, pero lleno de inspiración y con una escritura que, yo diría, aporta mucho a la técnica de este instrumento.

El Concierto de Estío para violín y orquesta es una obra extraordinaria. Un primer movimiento que él me decía había escrito pensando en Vivaldi, autor que él apreciaba mucho. Después, uno de sus famosos “Adagios” con un precioso tema, con ritmo de Siciliana y unas variaciones que llega a mezclar con los temas del primer y segundo movimientos de una manera magistral para terminar con su cadencia “diabólica” pero muy violínistica y brillante para volver al tema inicial lleno de melancolía. El tercer movimiento, un tema único lleno de diabluras con el que parecía deleitarse, despierta  -lo puedo asegurar desde mi experiencia de intérprete en numerosísimas ocasiones- el entusiasmo del público. ¡Qué gran sentido del humor y qué alegría tenía este gran Maestro!

Yo le pedí a mi suegro (Joaquín Rodrigo) que me escribiese una Sonata para cerrar su recital, muy virtuosa y brillante y ¡vaya si la escribió! La Sonata“pimpante”; cada vez más tocada en el mundo entero, es lo que su título evoca: brillante, alegre, salerosa. Solamente he encontrado dos palabras que para mi recogen el mismo signficado que la palabra ‘pimpante’: “En inglés, Sparking” y en francés, quizá “pétillante”.

También escribió para mí Siete canciones valencianas, basadas en temas del Cancionero valenciano y con muchos contrastes entre ellas. En toda la música para violín de Joaquín Rodrigo se encuentran los rasgos más característicos de su personalidad en general y de su obra en particular: brillantez, “Luminosidad”, y melancolía, y desde luego, grandes dificultades técnicas.

Estos breves comentarios a la música para violín y piano de Rodrigo quizá dejen entrever mi relación con el Maestro. No lo puedo negar. Mi admiración y cariño infinitos hacia esta figura universal de la Música son tan sinceros como reales.


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